Un hombre acaba de enviudar, vive frente al mar, espera la visita de su pequeña nieta Esme durante el final de las vacaciones, como cada año. La niña no sabe de la muerte de su abuela. El hombre no sabe cómo decirlo. Es su propia dificultad de articular la idea de la ausencia de su mujer que lo empuja a inventar que la abuela se fue con el circo para convertirse en equilibrista. Pero Esme quiere saber, quiere verla sobre la cuerda floja. Sin que Él logre mencionarlo, Esme termina por comprender, como lo hacen los niños, y se despiden hasta el el año siguiente habiendo construido juntos una relación nueva y particular. La obra transcurre hoy, entre el escenario, las miniaturas, las marionetas y las animaciones de Stop Motion en una casa común, una cocina, un living. Dos personajes, el abuelo y la niña, viven y se comunican en este cotidiano. Salen a la calle, a la playa, a los juegos, se ríen, preparan un pie de limón, toman el té, ven tele y hablan de todo y de la abuela. Pero en este día a día aparentemente intrascendente subyace otro aspecto de la vida, menos cotidiano, pero no menos común a todo ser humano: la pérdida, el duelo desde la mirada de una niña y la de un hombre mayor, la muerte y, por defecto, la vida, el sentido de seguir vivo con, por y gracias los afectos que permanecen  alrededor.

 (Recomendada para todo espectador a partir de 8 años)